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Revista Lindaraja. nº 38. 8 de agosto de 2015
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El Gran Meaulnes, de Alain-Fournier: una lectura pastoral Mario Jurado
Resumen El Gran Meaulnes (1913) es la conocida novela de Alain-Fournier, escritor francés que murió en los primeros días de la Primera Guerra Mundial. Esta novela ha alcanzado el rango de clásico moderno, pero eso, en muchos casos, equivale a la fosilización de su significado y de sus posibles interpretaciones. Así, nos encontramos con tópicos vertidos repetidamente sobre la novela, tales como el hecho de que representa el amor ideal adolescente, que su estructura narrativa no está compensada y que muchos de sus personajes no ofrecen profundidad psicológica, sin que parezca necesario anclar esas valoraciones en una interpretación que las justifique, y al mismo tiempo explique el atractivo que esta obra, a pesar de sus supuestos defectos de construcción, ejerce sobre el lector que se acerca a ella. Esas debilidades en la delineación de los personajes, en el equilibrio de las distintas partes de la narración, se explican si consideramos la obra como un ejemplo de novela pastoral, un modo narrativo que ignora intencionalmente la realidad psicológica y social, así como la estructura narrativa que rige la narrativa clásica del siglo XIX, basada en planteamiento, nudo y desenlace. El tópico de las fiestas galantes, un ejemplo del género pastoral, es el modelo de la fiesta del dominio perdido que hechizará la imaginación de Meaulnes y del narrador. Tomando la novela como un ejemplo de narrativa pastoral también se explica la relación de amor entre Meaulnes e Yvonne, modelada en la de Dante con Beatriz, y las concomitancias y las diferencias entre ambas. Un acercamiento a El Gran Meaulnes como novela pastoral resulta fructífero y esclarecedor, pues prueba que los juicios críticos acumulados sobre ella no llegan a tratar la obra misma, sino que son ejemplos de una idea de la narrativa de la que Alain-Fournier tuvo que desembarazarse para poder expresar narratoriamente su particular nostalgia pastoral: no por lo que efectivamente ocurre, sino por lo que no ha ocurrido.
Palabras clave Alain-Fournier. Novela Pastoral. Estructura narrativa. Nostalgia.
En los cien años que ha cumplido la novela El Gran Meaulnes, la única que en su corta vida logró acabar Alain-Fournier (1886-1914), ha sido sometida a muy distintas valoraciones, destacando de entre ellas la consideración de novela juvenil, es decir, que habla de jóvenes y que, por lo tanto (concluimos falazmente) habla a los jóvenes. Esa idea la ha llevado a estar presente en los programas de los estudios secundarios franceses, por razones similares a las que han dejado instalada en la enseñanza secundaria española a El camino, de Delibes: para mantener una ligazón entre generaciones distintas de lectores, para mostrar, o instaurar con su mostración, un origen común, rural y de clase media, entre los receptores de la educación pública, y recalcar los valores de esa sociedad, desarrollando la complacencia y la comprensión hacia ellos. Pero la aportación de la obra de Alain-Fournier a la formación de un joven en nuestra sociedad tecnológica y adquisitiva no está clara: no supone el ofrecimiento de un modelo a seguir, un modelo feliz, por exitoso, ya sea desde una perspectiva social, económica o incluso desde el logro de una felicidad o equilibrio personal asumible por el lector. Todo lo contrario: Meaulnes es un modelo de un gran desequilibrio, de cómo perder, de cómo ser grande perdiendo. ¿Perdiendo el qué? Para perder algo hay que haberlo poseído primero, convendremos, sin duda. Pero Meaulnes es grande porque pierde algo que nunca tuvo. En la progenie de Meaulnes, de personajes en obras literarias que participan de esa grandeza, destaca Gatsby, El Gran Gatsby, de Scott Fitzgerald. Pero la inclusión de esta obra en un curriculum de la educación secundaria, americana en este caso, no supone la negación de una perspectiva adquisitiva. Tal cosa demuestran las listas, tan presentes en esta obra, en las que, con una lógica de grandes almacenes exclusivos, se ponen en relación elementos con los que, por su presencia y posesión, Gatsby busca alcanzar prestigio. Como David Lodge indica, la ficción de Fitzgerald se interesa por “the connections between sexual allure and conspicuous consumption”[1]. A esa lógica responde la famosa escena del Capítulo V en que Gatsby muestra sus caras camisas y las amontona sobre una mesa como manera de rubricar su objetivo, conquistar a Daisy, la cual acaba llorando y admitiendo el éxito de Gatsby al decir “It makes me sad because I’ve never seen – such beautiful shirts before”[2]. Como el lector de esta novela sabe, conquistar a la Daisy del presente no es el logro al que realmente Gatsby aspira. Pero eso él no lo sabe. Por eso recurre a esas estrategias adquisitivas. Hay demasiados puntos coincidentes entre El Gran Gatsby y El Gran Meaulnes para que se pueda negar la influencia del segundo en el primero; Julian Barnes sospecha esa influencia: “Surely Fitzgerald, in Paris in the 1920s, would have read Le Grand Meaulnes (and even borrowed the template of its title?) but I haven't been able to substantiate this connection”[3]; a pesar de esa reticencia que Barnes mantiene, los puntos en común entre ambas novelas son numerosos, tales como la presencia de los narradores testigos, los fascinados y contemplativos Nick Carraway y Franҫois Seurel, o el préstamo del título, que el propio Barnes señala dubitativo, a pesar de constituir un caso de purloined letter palmario en la admisión de influencias. Pueden aducirse otros elementos comunes, aunque empleados con valor y efecto diferentes: El Gran Gatsby emplea la influencia de El Gran Meaulnes dentro de estrategia de adquisición, de conquista, que le sirve de armazón. Así, en ambas novelas aparecen elementos diegéticos: textos escritos por los personajes que están presentes en los títulos; Gatsby escribe un plan, unas resoluciones de año nuevo con las que espera prosperar, en la página en blanco del final de una novela del oeste; Meaulnes escribe en un cuaderno de ejercicios escolar la narración, nada edificante, nada formativa (en vista de su arrepentimiento) de su relación con una modistilla, una parte de su historia que se adentra en un París difuminado. Pero, sobre todo, en ambas novelas encontramos fiestas. Fiestas de acumulación, de lista de bazar lujoso, para demostrar poder adquisitivo y así atraer a Daisy, en El Gran Gatsby; y dos fiestas, una galante y otra campestre, que actúa como reverso de la primera, que fracasa en su intento de superar a la primera, en El Gran Meaulnes. Mientras que las fiestas de Gatsby responden a una lógica, se insertan en un plan, de cuyo desarrollo se ocupa la novela, la primera fiesta que aparece en El Gran Meaulnes arrastrará al resto de la narración: es como un líquido que rebosa de su recipiente, se derrama y arroya, horada, irriga los elementos cercanos y el espacio en el que estos se encuentran.
Continuación
del artículo en PDF [1] David Lodge, The Art of Fiction, Penguin, Harmondsworth, 1992.Pág. 63 [“las conexiones entre el atractivo sexual y el consumo conspicuo”] [2] F. Scott Fitzgerald, The Great Gatsby, Penguin, Hamondsworth, 1950 (1926). Pág. 89. [“Me pone triste porque nunca antes… había visto unas camisas tan bonitas.”] [3] Julian Barnes, “Le Grand Meaulnes Revisited”, The Guardian, Friday 13 April 2012, http://www.theguardian.com/books/2012/apr/13/grand-meaulnes-wanderer-julian-barnes (Consultado el 19 de febrero 2014). [“Seguramente Fitzgeral, en París, leería Le Gran Meaulnes (¿puede que tomase de él el modelo para su propio título?) pero no he podido confirmar esta conexión.”]
Traductor y Profesor de Inglés de enseñanza secundaria (IES Isabel Martínez Buendía . Pedro Muñoz, Ciudad Real). Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Granada. Doctorando por la Universidad de Córdoba.
© Revista Lindaraja. nº 38. 8 de agosto de 2015. Revista de estudios interdisciplinares. ISSN: 1698 - 2169
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